Cada noche, desde el rincón de la barra, disfrutaba de sus taconeos de joven bailaora. Figura espigada. Manos desmesuradas con dedos huesudos. Cara angulosa con unos ojos grandes y oscuros de mirar penetrante. Cabellera larga y negra, recogida con un lazo azul en la espalda. Talle fino, flexible, cimbreante. Piernas largas y ligeramente musculadas. Nada en su físico despertaba en ti la libido o el deseo.
Noche tras noche, día tras día, con la rutina de cada espectáculo, solamente roto por algún incidente menor, resuelto de manera expeditiva por el dueño y el encargado, antiguo luchador de barrio y aficionado al gimnasio, se repetía la misma ceremomia.
Por ello, cuando acudí solícito a la petición de la bailaora, con una botella de agua mineral con gas fresquita y empujé la puerta mal cerrada, me quedé sin aliento. Alli estaba ella de espaldas, desnuda, deslizando sus medias de malla fina y alisando con sus dedos los mechones de su pelo negro. El sudor daba a su piel una tersura brillante y, en el amplio espejo, resaltaban unos pechos bien formados y un cuerpo proporcionado. Nada que ver con la figura de la joven bailaora.
- ¿ No sabes llamar, muchacho ?.
- ¡ Lo siento mucho !. La puerta estaba abierta.
- ¿ De verdad que lo sientes ?
Y una sonrisa se dibujó en su boca, mostrando toda su hermosura puesta en pié, invitándome a entrar y cerrar la puerta.
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