domingo, 16 de septiembre de 2007

Relatos Cortos III

Cada noche, desde el rincón de la barra, disfrutaba de sus taconeos de joven bailaora. Figura espigada. Manos desmesuradas con dedos huesudos. Cara angulosa con unos ojos grandes y oscuros de mirar penetrante. Cabellera larga y negra, recogida con un lazo azul en la espalda. Talle fino, flexible, cimbreante. Piernas largas y ligeramente musculadas. Nada en su físico despertaba en ti la libido o el deseo.

Noche tras noche, día tras día, con la rutina de cada espectáculo, solamente roto por algún incidente menor, resuelto de manera expeditiva por el dueño y el encargado, antiguo luchador de barrio y aficionado al gimnasio, se repetía la misma ceremomia.

Por ello, cuando acudí solícito a la petición de la bailaora, con una botella de agua mineral con gas fresquita y empujé la puerta mal cerrada, me quedé sin aliento. Alli estaba ella de espaldas, desnuda, deslizando sus medias de malla fina y alisando con sus dedos los mechones de su pelo negro. El sudor daba a su piel una tersura brillante y, en el amplio espejo, resaltaban unos pechos bien formados y un cuerpo proporcionado. Nada que ver con la figura de la joven bailaora.

- ¿ No sabes llamar, muchacho ?.

- ¡ Lo siento mucho !. La puerta estaba abierta.

- ¿ De verdad que lo sientes ?
Y una sonrisa se dibujó en su boca, mostrando toda su hermosura puesta en pié, invitándome a entrar y cerrar la puerta.