Dicen los estudiosos y científicos que el "homo sapiens", nuestro antecesor, asienta sus orígenes, (siempre discutibles), en los 50 millones de años. De ellos, una buena parte es desconocida y con evidencias mínimas.
Las libélulas, esos animales misteriosos que, en el mundo urbano, aparecen en camisetas, broches y objetos de variada condición, pero que para un niño grande, como es mi caso, representan el recuerdo imborrable de sus vuelos en las charcas y pozas de los pastizales, resulta que tienen más de 380 millones de años. ¿Cómo se sabe?. Por el ámbar, esa resina del Triásico que, con el paso de los años, las aguas de Báltico y el Caribe han arrastrado y arrastran hasta sus costas. En ellas aparecen en todo su esplendor y vistosidad. 380 millones de años en los que su evolución ha sido mínima. Tambien del Carbonífero, esa escala geológica del Paleozoico, nos trae sus mármoles y piedras nobles con la filigrana de este insecto. Incomprensiblemente son ahora como eran entonces.
A uno se le pone la piel de gallina pensar que un ser tan diminuto y endeble, un ser tan bello y frágil, haya perdurado en el tiempo. No puedo olvidar al mencionar el Triásico, con sus más de 200 millones de años, que fue el periodo en el que reinaron los dinosaurios.
Hubo extinciones masivas como la del Pérmico y héte aquí que esa filigrana volátil, con sus alas y figura grácil y vistosa, vivía y pervivió hasta nuestros días.
Uno, en sus escasos y limitados conocimientos, da en pensar que el hombre es un habitante reciente del planeta Tierra y que seguramente será, como los dinosaurios, un recuerdo fósil en los fangales del tiempo.
Entretanto, las libélulas seguirán con sus vuelos y sus colores iluminando la inmensidad.