Según el Evangelio de San Mateo, uno de los doce elegidos por el de Nazaret, en el primer sermón de Jesús, el de la Montaña, se produce un discurso que a fecha de hoy nos puede parecer un despropósito. La segunda de las Bienaventuranzas dice así:
"Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra".
Visto desde la perspectiva actual parecería lo contrario. No son los mansos los que poseen la tierra. Son los violentos, los fuertes y los poderosos.
Todo ello le lleva a uno a meditar sobre la figura de Jesús de Nazaret. Su entrada en Jerusalén a lomos de una borriquilla y su postura en los tremendos acontecimientos de la Pasión nos lo presentan como manso. Ahora bien, uno no olvida a ese Jesús rupturista. A un Jesús que rompe moldes, expulsando a los mercaderes del templo, rodeándose de mujeres, (tan poco recomendable en la época) y amigo de recaudadores, (el propio Mateo era un recaudador de impuestos, alguien impuro y odiado). Toda su vida fue una ruptura con lo establecido, sea el poder romano o el doctrinal de los doctores de la Ley. La propia nueva doctrina fue rupturista, con Pablo y sin él.
¿A qué viene todo ésto?. Es una reflexión al pairo del sermón escuchado a un sacerdote hace pocas horas.