En mi situación actual de minusválido moral. En mis intermitentes accesos de melancolía y languidez, hete aquí que me encuentro con un tema que me llama la atención y consigue desviar mis interrogantes.
He reiniciado, después de un parántesis obligado, mis intentos de preparar los exámenes del primer cuatrimestre y, en la asignatura de "Historia de Castilla y León en la Época Contemporánea", me doy de bruces con los nacionalismos periféricos. Ese nacionalismo histrión y grotesco de boina y barretina de los Pompeu Gener, Doctor Robert y Sabino Arana.
La pérdida de colonias y el Desastre de 1898 habían creado un caldo de cultivo propicio para aquellos que polemizaban sobre la "capacidad e idoneidad de la raza española" para superar el momento y las circunstancias; insistiendo en las diferencias antropológicas y etnográficas para un separatismo periférico, sobre todo catalán y vasco.
Desde la inferioridad craneal del castellano, (entendiendo como tal al no catalán ni vasco), hasta llegar a la "invasión Maketa" de Sabino Arana, para el que la llegada masiva de gentes de la meseta "estaba pervirtiendo a la sociedad bilbaina, trayendo unos males como la impiedad, la blasfemia o el librepensamiento" (sic.), la idea de un separatismo radical era la bandera y santo y seña de algunos iluminados.
¿Vienen de estos polvos los actuales lodos?. No lo sé aunque tal vez un poco. Baste recordar los rh negativos del padre Arzallus, la superioridad de la gallina vasca o la insuperable calidad de las anxoves de l´Escala.