Es una terraza muy apropiada para las mañanas y tardes de la esquiva primavera castellana y de ese otoño melancólico que nos envuelve y acaricia con su decadente progreso.
Ahora, en los rigores del verano mesetario, a partir de las doce de mediodía se hace insoportable. Mejor buscar acomodo en su espacioso interior, con sus zonas bien diferenciadas de fumadores y no. Aunque siempre se puede buscar otra terraza y otro lugar.
Es una buena cafetería, abierta desde las seis y media de la mañana y que no baja el cierre hasta pasadas las dos de la madrugada. Su nombre:
calle principal del barrio con el nombre de otro escritor vivo y vallisoletano, Miguel Delibes. Bueno, todo el barrio está lleno de calles y plazas con nombres de escritores y poetas. Ese fue el acuerdo antes de construirlo hace unos veinte años, uno arriba dos abajo.
El propietario, con su aire de jesuita y su media sonrisa, pulula por sus dominios con suficiencia y educación cartesiana. Nunca un gesto excesivo ni un cumplido innecesario. Tampoco un desprecio altanero ni un desdén arrogante.
Pero sin duda una de las buenas cosas de esta casa son sus camareras. Unas fijas, otras itinerantes pero todas aplicadas y aseadas. La mayoría jóvenes pero todas con ese punto de la casa: ni estridencias ni deficiencias.
La cocinera, joven también, con buena mano para los guisos y las tortillas. Aunque, desde hace algun tiempo no hay tapa de cuchara para el vermut. ¡ Lástima !.
Es, sin lugar a dudas, una buena atalaya para estudiar el paisaje humano del barrio. Familias medias con hijos pequeños. Abuelos con buena pinta y solitarios con aire de ejecutivos y funcionarios. Siempre se dijo, y aún perdura, que es uno de los escasos barrios sin gitanos, cuya abundancia en esta ciudad es proverbial y notoria.
- Buenos días caballero, ¿ qué desea tomar ?.- Una cocacola light, por favor.
Servicio rápido y esmerado. Vaso de tubo con abundante hielo y una rodaja de limón. ¿ Y la tapa ?. ¡ Ya empezamos a perder las buenas costumbres.
No pasó demasiado tiempo, y antes de pedir la nota, que la camarera, con su ronrisa moderada, me acercó un platillo con una buena ración de olivas. ¡ Pero ojo !. Nada de olivas embotadas con su saborcillo a anchoa y su sabor salado excesivo. Un platillo de magníficas olivas al natural, unas verdes, otras negras y las mas tintadas. Cada mordisquillo es una pequeña explosión de sabor a campo y a olivos.
No esta nada mal. Definitivamente es una buena terraza para contemplar, meditar, cavilar y pasar un rato agradable.
Comentarios
ME GUSTARIA COMPARTIR ESAS ACEITUNAS CONTIGO EN ESA TERRAZA CASTELLANA............
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