Siempre se habla de los judíos que, expulsados de la España de los Reyes Católicos, cerraron sus casas y se llevaron las llaves con la secreta e imposible vuelta a las mismas. Es un tema histórico bien estudiado y documentado por, entre otros, dos historiadores de solvencia y credibilidad: el ya fallecido Julio Valdeón y el hispanista francés Joseph Pérez. Corría el año 1492, en el que coincidieron acontecimientos que marcaron la historia de España y del mundo. A la toma de Granada y finalización de la larguísima, (la más larga nunca conocida) Guerra de la Reconquista, se une el descubrimiento de América y la Expulsión de los Judios.
En el año 1968 se inauguraba el Embalse de Vegamián dejando un reguero de pueblos anegados y de familias expulsadas, obligando a un desarraigo en zonas alejadas y en condiciones precarias. Muchos de estos montañeses, con raíces de siglos en las bellas montañas del norte de León, cerraron sus casas y, cual judíos de una nueva diáspora, trancaron sus puertas y se llevaron las llaves. Ellos sabían que jamás podrían regresar. Sus casas y sus horizontes quedarían sepultadas debajo de metros cúbicos de agua.
El destierro de estos desplazados, obligados a punta de mosquetón por la guardia civil franquista, ha quedado sumido y olvidado en las brumas de un olvido tejido por una autoridad omnipresente y de una sociedad narcotizada. Cualquier emigrante puede volver a sus casas, salvo estos desterrados que, cual judíos del siglo XX, jamás regresaron y jamás regresarán.
Aún hoy es posible hablar con algunos de ellos en los páramos palentinos de Cascón de la Nava. La lectura del ultimo libro de Julio LLamazares, natural de ese Vegamián sumergido en las aguas del olvido, ("Distintas formas de mirar el Agua"), me ha hecho recordar y anotar.
La belleza del Embalse de Vegamián y su entorno estremece y, a la vez, oculta un drama de muchos olvidado por todos.